Fábula: El pañuelo del mendigo

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Un mendigo sediento se presentó delante de la puerta de una casa rica. La señora de la casa no se interesó por él e incluso pidió a sus criados que lo expulsaran.

Había una criada en la casa que era muy fea. Viendo al mendigo, ella se le acercó. Discretamente, le dio un vaso de agua y las sobras de comida. Después de haber comido, el mendigo le dijo a la criada: "Se lo agradezco. No tengo nada para darle a cambio. Sólo tengo este pañuelo. Por favor tómalo." La criada aceptó.

Temprano a la mañana siguiente, la criada fea se lavó la cara utilizando el pañuelo que le había dado la víspera el mendigo. Después, ella fue al salón a servir el desayuno. Cuando la señora de la casa la vio, quedó tan impresionada que no consiguió decir palabra. La criada, sintiéndose rara le preguntó: “¿Es que tiene algo mi cara?” Ella se secó de nuevo la cara utilizando el pañuelo. Su ama, todavía más perpleja, aulló: “¿Qué es pues este pañuelo?” Al oírlo vino más gente de la casa. Todos quedaron enmudecidos. La criada pidió prestado un espejo. Al verse también se sobresaltó. Ella se había convertido en una encantadora mujer.

La señora de la casa comprendió de repente que el hecho de secarse la cara con este pañuelo podía hacer bella a una persona. Cogió el pañuelo de las manos de la criada y lo utilizó. Pero su cara no cambió en absoluto, por mucho empeño que puso. Entonces le preguntó: "¿De dónde ha salido este pañuelo?" La criada le respondió: "El mendigo que vino para beber un poco de agua es quien me lo dio". La señora de la casa sintió su comportamiento y dijo: "Debería haberle dado de beber". Entonces ordenó a sus criados: "Traedme a todos los mendigos de la ciudad”.

Invitó a todos los mendigos de la ciudad y les dio de beber y comer en gran cantidad. Después de que hubieran bebido y saciado su apetito, se fueron con satisfacción. La señora gritó: "¿Alguien tiene un pañuelo?" Ningún mendigo le respondió. Ella entró en tal cólera, que cogió al último mendigo y le preguntó: "Dame tu pañuelo". El mendigo no tuvo otra elección que darle un pañuelo muy sucio. Ella lo tomó y lo utilizó inmediatamente para frotarse la cara. Pero cuanto más la frotaba, más negra se volvía.

Moraleja de esta historia: ¿Cómo puede una buena acción hecha con egoísmo ser una buena acción verdadera? Una persona no puede sentir la compasión forzada en el corazón. Las divinidades ven muy claramente si una persona tiene un corazón puro y bueno. La retribución divina siempre es justa, imparcial y sin favor alguno.

Versión en chino disponible en: http://xinsheng.net/xs/articles/gb/2004/6/28/27723.htm

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