El día 22 de julio del 2004, uno de los dos periódicos más importantes en España, El Mundo, famoso por sus reportajes investigativos, publicó un artículo informando sobre el quinto aniversario de la persecución a Falun Gong en China y el fracaso que estas graves violaciones de los derechos humanos suponen para el régimen chino y su economía.
Falun Gong, Prueba De Un Fracaso
Editorial
Se acaba de celebrar el quinto aniversario de la ilegalización por el régimen chino de la organización Falun Gong, religiosa para algunos, aunque probablemente sea más exacto definirla como espiritual. Siguió una brutal espiral de represión: reeducación de cientos de miles de personas –repetición a escala menor de otro terrible ejercicio de ese régimen, la Revolución Cultural– y encarcelamiento de hasta 6.000 miembros, de los cuales una cifra importante, quizá más de mil, han muerto en las prisiones chinas. Falun Gong, con el respaldo de organismos internacionales de derechos humaos, asegura que muchos de ellos han sufrido horribles torturas.
Este grupo predicaba una disciplina para mejorar la salud física y espiritual a través de ejercicios de qigong, ancestral gimnasia oriental, e incorporaba elementos de varias tradiciones religiosas. Su eliminación de China por la fuerza no ha evitado su extensión por otros muchos lugares del mundo en estos cinco años. Se piense lo que se piense de este movimiento y de los fines de su líder Li Hongzhi –sólo interesado por el dinero, según la descalificación de las autoridades de Beijing, tantas veces oída sobre tantos disidentes en todo el mundo…–, es evidente que sus miembros siempre han actuado de forma pacífica. Seráfica, incluso. Pero eso no evitó una persecución brutal, que recuerda la represión, unos años antes, de los igualmente pacíficos manifestantes de Tiananmen. Esos precedentes hacen, por cierto, temer lo peor para el creciente movimiento en defensa de los derechos democráticos en Hong Kong, que ha reunido ingentes manifestaciones.
La persecución de las formas más benignas y civilizadas de discrepancia resalta las contradicciones profundas del régimen supuestamente reformista de Beijing. No se puede, de forma duradera, promover la liberalización económica –con detalles tan pintorescos como la incorporación de los principios capitalistas y del propio empresariado al ideario y a la organización comunista– y, a la vez, seguir suprimiendo despiadadamente los derechos civiles y la libertad de expresión. Un sistema capitalista homologable por la comunidad internacional exige seguridad jurídica para inversores y consumidores, y equidad en las decisiones de las administraciones públicas.
Un régimen comunista que actúa arbitraria y, a menudo, dictatorialmente no puede ofrecer las condiciones –en particular, una Justicia independiente– necesarias para que la supuesta libertad económica no acabe siendo en realidad sinónimo de abuso y corrupción. La triste suerte de Falun Gong se convierte así en premonición del futuro fracaso del sistema político chino, tan esquizofrénico como injusto.
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