Tengo 52 años. Siempre fui una persona de poca salud, con muy pocas fuerzas y sin voluntad para hacer el trabajo diario. De esta forma, a los 19 años caí en una depresión de la cual no me recuperé totalmente. Visité varios especialistas en psiquiatría, los cuales me recetaban toda clase de ansiolíticos y antidepresivos y así estaba un tiempo más o menos bien, pero luego volvía a recaer. Así pasaron 32 años entre penas y alegrías, éstas siempre camufladas bajo el manto de la depresión.
Cuando cumplí los 48 años, comencé a empeorar; pues ya no era solo la depresión, sino que unos fuertes dolores en la columna lumbar me impedían caminar. Lo hacía con mucha dificultad. Así estuve tres años de mucho sufrimiento, visitando médicos, haciendo rehabilitación, etc.
No encontraba mejoría. Ya no tenía esperanza para nada.
Un día, una amiga me dijo que había un médico especializado en medicina natural, que era muy bueno. Me convenció para que asistiera.
Recorrí muchos kilómetros durante un año. Me gasté mucho dinero y cuando parecía comenzar a mejorar, al poco tiempo volvía a empeorar. No veía solución a mi problema.
Angustiada por no encontrar solución, el médico me hizo otros estudios y me dijo que lo mío era cosa de energía.
Yo pensé “Después de estar viniendo hasta aquí durante tanto tiempo, ahora me dice que es cosa de energía, ¿a dónde voy yo para ésto?”
Me fui para mi casa con mucha desilusión.
A la semana siguiente, en casa de mi suegra, mi cuñada, me dijo: “Teri, estoy haciendo unos ejercicios muy buenos, se llama Falun Dafa, anímate a ir”. Yo no le hice caso, pero al domingo siguiente volvió a insistir y me dijo que se trataba de unos ejercicios que canalizaban la energía. Esa palabra me hizo recordar lo que me había dicho el médico. Decidí asistir.
Fue un jueves por la mañana, en el parque de mi pueblo. Presté mucha atención y creo que me concentré bastante para ser el primer día.
Cuando llegué a mi casa, después de haber hecho los ejercicios, sentí que mi corazón había cambiado, se había conmovido profundamente, ya no me podía enfadar, todo era dulzura, muy diferente a como yo estaba antes. Mi marido y mis hijas estaban muy sorprendidos de mi cambio.
Mi vida empezó a cambiar, en mi casa se respiraba mucha paz.
Comencé a leer sin parar. Dentro de mí había una fuerza muy grande que me empujaba a la lectura.
A medida que fui avanzando en la lectura comprendí que detrás de todo esto, había algo muy grande. Mi compañera asistente Mari, siempre estuvo dispuesta a resolver mis dudas.
Así, fui mejorando de mis dolores y mi depresión.
Al sentir que mi depresión había desaparecido, sentí mucha felicidad, parecía estar viviendo un cuento con un final feliz.
A los dos meses de estar practicando, me sentí con fuerzas para dejar todas las medicinas: ansiolíticos, antidepresivos, energéticos, pastillas para la tensión, para el colesterol, isoflavonas para la menopausia, etc.
Dejé todo, lo que más me costó, fueron los ansiolíticos. Después de estar tomándolos durante 32 años, me daba mucha ansiedad.
La primera noche no pude dormir, pero estuve pensando en todas las cosas maravillosas que me estaban pasando. Cuando me daba un poco de ansiedad pensaba: “el Maestro me protege”. A la mañana siguiente parecía haber dormido toda la noche. Estaba muy feliz, y de esta manera fui venciendo mi ansiedad.
Ahora, otro milagro. Yo llevaba gafas, porque tenía astigmatismo, además de estar operada de ambos ojos de glaucoma, pero mi fe en el Maestro era tan grande, que decidí quitármelas.
Al principio lo pasé muy mal, pues quería leer y me daban mareos, ganas de vomitar, la cabeza me daba la sensación de acercamiento y lejanía al mismo tiempo. Lo pasé mal pero seguí firme en mi decisión.
Hoy ya no llevo gafas, veo cada vez mejor y no me duele la cabeza para nada, pues antes, cuando me quitaba las gafas me dolía la cabeza.
Retomando el tema de mi depresión me gustaría contar algo que me ocurrió hace 32 años, al comienzo de ésta.
A los 19 años me encontraba muy mal, sin saber porqué, me vi sumida en una profunda depresión.
Por las noches, siempre rezaba con mucha devoción, pedía a mi Dios, que me ayudara a no cometer ningún disparate. Una de esas noches entre dormida y despierta, rezando sentí que ese Dios al que yo suplicaba, estaba muy cerca de mí, que me escuchaba, sentí una sensación muy agradable. Yo pensé “¿porqué lo que estoy sintiendo no puede ser siempre así?” ¡Qué pena que no sea así!
Me quedé dormida.
Esa noche tuve un maravilloso sueño.
Me vi ascendiendo al cielo, con las manos unidas al pecho y un cuerpo blanco luminoso, que resplandecía en la oscuridad de la noche. Junto a mí ascendían dos o tres cuerpos más. Sentí la gloriosa sensación de ascender al cielo.
La sensación que sentí en ese sueño, es la misma que hoy siento en Dafa. El Maestro siempre ha estado a mi lado protegiéndome.
Todo ese tiempo de sufrimiento, me ha servido para ahora saber valorar y atesorar lo que me ha llegado y en lo más profundo de mi corazón, no tengo palabras para expresar mi agradecimiento al Maestro.
He de decir que mi marido y mis cuatro hijas también practican. Los domingos, en casa de mi suegra, nos reunimos con la familia de mi marido y hacemos los ejercicios. También, mi suegra que tiene 84 años.
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