Bangkok
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Para responder a la demanda, una nueve fuente de aprovisionamiento era necesaria. Fang Siyi es una refugiada de 40 años en Bangkok. Encarcelada del 2002 al 2005, Fang fue examinada muchas veces y luego, en 2003, fue seleccionada para un examen especial en el centro de detención de Jilin en el Noreste de China.
Fang no había visto a doctores hasta entonces: "Al llegar, se pusieron los uniformes del campo de trabajo. Pero lo que me asombró es que parecían ser doctores militares". Habían elegido doce prisioneros. Fang considera que ocho de ellos eran de Falun Gong. ¿Cómo lo sabía? "Llamaban a los de Falun Gong Pequeños Faluns". ¿Quienes eran los otros cuatro? [El personal] decía "Aquí está otro de estos relámpagos del oriente".
Los relámpagos del oriente son los cristianos – para nosotros son los cristianos chinos, para el partido son los desviados incurables y que no se pueden transformar. Jing se acuerda también de que los relámpagos del oriente tuvieron exámenes de sangre en 2002, pero Fang se acuerda de que el examen de Jilin fue más completo: "Los exámenes suplementarios eran pruebas sanguíneas, electrocardiogramas, y radiografías, nada más. Eran practicantes de Falun Gong y Cristianos".
¿Se cansa la compasión? No va a tardar mucho más tiempo.
El "agente de Masanjia" tiene familia en China, es por ello que por prudencia sólo podemos mencionar su edad y que vive en Bangkok. Su experiencia nos lleva a lo que yo llamo "el periodo de la última cosecha" de 2005, cuando parece que muchos practicantes fueron llevados de prisa para tener exámenes de órganos y desaparecieron de repente. Cuando le pregunté si algunas personas del Campo de trabajo de Masanjia habían recibido tratamientos médicos, me respondió: "Cuando la gente llegaba sobre una camilla, le trataban rápido. A la gente saludable, se le daban un examen profundizado. Necesitaban gente saludable, gente joven. Si era una viejita de 60 o 70 años, no les interesaba".
¿Había personal militar presente durante los exámenes físicos? "Parecía que no los necesitaban. Masanjia está muy cerca del hospital de Sujiatun – a menos de media hora en coche. Si necesitaban a alguien podían atarlos y mandarlos ahí... Generalmente les mandaban de noche".
En 2007, Yu Xinhui, liberado después de cinco año detenido en la cárcel de Guandong, se fue con su esposa y su bebé a viajar al extranjero con un grupo de turistas chinos. Al llegar a Bangkok, huyeron al YMCA y pidieron el estatus de refugiados de las Naciones Unidas. Yu tiene treinta años y una salud de hierro. En la cárcel, le examinaron repetidamente, para al final ser admitido a un examen "órganos únicamente" sobre supervisión militar en 2005.
Yu se presta a mis preguntas, pero para él nunca fue un misterio: "Todos estábamos enterados de la extracción de órganos en la cárcel. Aún antes de morir, sus órganos estaban ya reservados". Los presos criminales se burlaban de los practicantes: "Si no hacen lo que decimos, os vamos a torturar hasta la muerte y vender sus órganos". Se parece a un juego estúpido pero todo el mundo sabe que existe una parte de verdad: llevaban a los presos como los practicantes según un plan anual. Yu sabía cuales eran los meses en los que los autobuses llegaban y en donde se aparcaban en el patio. Me indicó el sitio exacto con la página de internet Google Earth.
Cuando salieron a la luz las alegaciones de Falun Gong sobre las extracciones de órganos en marzo de 2006, Yu se languidecía todavía en el secreto en la cárcel. Es todavía más interesante porque se acuerda con mucha claridad de una vasta deportación, durante el pánico, de detenidos (quizás 400 personas entre las cuales habían practicantes) en mayo de 2006. "Era aterrador", dijo Yu. "Yo mismo estaba aterrorizado". El tiempo coincide: con toda esta mala publicidad, algunos médicos chinos hicieron referencia a una "venta de órganos antes de cierre", justamente en este momento.
En 2007, el consenso era que el gobierno chino había dejado la cosecha de los órganos de Falun Gong para evitar una revelación embarazosa antes de los Juegos Olímpicos. Entonces mi último caso puede ser considerado como marginal, un examen medico profundizado seguido por... pues, a vosotros de juzgar:
Liu Guifu es una mujer de 48 años recientemente llegada a Bangkok. Tuvo una visita médica – o tal vez una serie de visitas – en el Campo de trabajo de Bejing en 2007. La diagnosticaron esquizofrénica y probablemente le dieron drogas.
Pero se acuerda muy bien de sus exámenes. Le hicieron tres análisis de orina en un mes. Le dijeron de beber mucho líquido y de no ir al baño hasta que llegara al hospital. ¿Era eso un test para la diabetes o eran drogas? Difícil de decir. Fue lo mismo para la evaluación de su función renal. Le hicieron también tres muestras de sangre importantes durante el mismo mes, con un coste de aproximadamente $1,000. ¿Se preocupaba el campo de trabajo por la salud de Liu? ¿O tal vez de un órgano en particular? ¿Quizás uno de sus órganos era compatible con un alto cargo o con un rico cliente extranjero?
El hecho es que Liu era a la vez un miembro de Falun Gong utilizada por sus órganos y también era considerada mentalmente enferma. Era inútil. Es la idea más cercana que tenemos de una practicante sin nombre, una entre todos los que nunca han dado sus nombres o sus provincias de originen a las autoridades pero que lo han perdido todo hasta sus pobres prestaciones sociales.
Había seguramente centenares, quizás millares de practicantes identificados sólo mediante números. Me informaron que el número doscientos y pico era el número de una joven artista talentosa que tenía una piel bonita, pero en realidad no sé. Ninguno de ellos pudieron salir vivo de China.
Probablemente ninguno saldrá. Fuentes tibetanas estiman que 5000 manifestantes han desaparecido durante los años de represión. Muchos fueron mandados a Qinghai, un centro potencial de extracciones de órganos. Pero eso es una especulación. Y los médicos taiwaneses que investigan sobre la extracción de órganos y los que organizan los trasplantes para los pacientes taiwaneses están de acuerdo sobre un punto: la ceremonia de cierre de los Juegos Olímpicos ha vuelto a abrir la temporada de la cosecha.
Cierta gente dentro de la comunidad de los derechos humanos leerá esta última aserción con escepticismo. Hasta que tengamos una prueba para confirmarlo. Sin embargo, apostaría sobre precios por los órganos en China. Admito que este pensamiento me causa una sensación algo como una quemadura. Es el riesgo del oficio.
Por eso conté este chiste en una noche en Bangkok, para incitaros a leer más allá del primer parágrafo. Pero lo más lamentable es la respuesta de tanta gente, respuesta que arrastra los pies, por la forma e incómoda, frente al asesinato de detenidos de consciencia con el objetivo de extraer sus órganos. Es un crimen inmundo.
Washington tiene sus propios imperativos: el corriente del poder financiero chino es muy poderoso. Los miembros del gobierno no quieren oír hablar de Falun Gong y de genocidio en estos tiempos de crisis financiera, porque China tiene muchos compromisos con los EE.UU. Entonces la historia sigue hundiéndose bajo el peso de la apatía política y periodística americana. Por lo menos los europeos lo han dado a conocer un poco. Se lo pueden permitir. No son los dirigentes del mundo libre.
Se argumentará – en silencio por supuesto – que América no tiene ninguna palanca fácil, ninguna capacidad para deshacer lo que ya está hecho, ninguna bala de plata que pueda cambiar el régimen chino. Quizás es así, pero quizás podríamos prohibir que los americanos se fueran a China para los trasplantes. Podríamos boicotear las conferencias médicas chinas. Cortar los lienzos médicos. Un embargo del equipo quirúrgico. Y rechazar tener cumbres diplomáticas hasta que los Chinos establecieran una base de datos explícita y completa para cada donante de órganos en China.
Quizás tengamos que vivir con el Partido Comunista Chino, de momento. Por esta razón, podemos consolarnos con el hecho de que por el momento no hay huesos. No habrá huesos hasta que el partido se desmorone y que el pueblo chino empiece a tamizar la tierra de las tumbas y las cenizas.
Tenemos todos permiso a que nuestra compasión se canse un poco – es comprensible. Pero no se equivocan: hay muchas serpientes. Y ahora que los Juegos Olímpicos se han acabado, y que las cámaras se han desviado, surcan otra vez la tierra.
Artículo original en inglés: http://www.weeklystandard.com/Content/Public/Articles/000/000/015/824qbcjr.asp
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