Cuando estaba en la escuela secundaria, aunque mi familia era muy pobre, cada año durante los exámenes finales, mi padre me llevaba a desayunar a un pequeño restaurante cerca de nuestra casa. Tomábamos cada uno una taza de leche de soja y un pan de torta o dos churros. Después paseábamos y me acompañaba hasta la parada del tranvía para ir a la escuela. Una vez, sin darme cuenta, miré a través de la ventana y le vi de pie mirándome mientras el tranvía se alejaba lentamente. Treinta años después, la figura de mi padre todavía permanece en mi memoria; ese momento se convirtió para siempre en un recuerdo de su amor hacía mí.
Mi padre, JiuXiang Zhao, nació el 14 de julio de 1926 (calendario lunar chino), en Bo BanTai, Long Shan, Distrito Ju de la provincia de Shandong. Durante la adolescencia se alistó en el VIII Ejército, participó en numerosas batallas en la Guerra contra Japón y en la Guerra Civil. Fue herido en combate y quedó casi sordo por el resto de sus días.
A pesar de su discapacidad permaneció fuerte y saludable hasta el final. Su buen carácter y buen corazón le ayudaron a vivir sin rencor.
Después de la guerra, mi padre regresó a la granja donde nació y repartió entre los vecinos los alimentos que el gobierno distribuyó al finalizar el servicio militar. Después, casi sin dinero, se fue a Dalian. Mi padre me contó que, antes de su trabajo como oficinista en el puerto de Dalian, trabajó en una cantera tallando piedras, también trabajó en la construcción.
Mientras trabajaba en la construcción de una obra en Dalian, se declaró una epidemia de fiebres tifoideas. La gente, consciente de la gravedad de la situación, huyó por miedo a ser infectados. Mi padre, voluntariamente, se quedó cuidando de dos compañeros que contrajeron la fiebre y tenían a sus familias lejos. Gracias a los cuidados de mi padre, se recuperaron rápidamente. Antes de partir, los dos trabajadores se mostraron muy agradecidos y le pidieron su dirección postal, mi padre les dio la dirección de mis abuelos. Varios años más tarde, uno de ellos se presentó en la casa y le contó la historia a mi abuela. Antes de esto, mi familia no había tenido noticias de esta historia pasada en años tempranos cuando mi padre llegó a Dalian.
Aunque no tuvo mucho estudios, le gustaba leer, sobre todos libros de historias y leyendas. Tenía muy buena memoria, nunca olvidaba nada. Escuchar a mi padre contar historias es de los recuerdos más íntimos y bonitos de mi infancia.
A través de los relatos históricos vivos y de sus recuerdos personales, nos transmitió los valores tradicionales de la cultura china, como que el bien es recompensado con el bien y el mal es retribuido con el mal. En China estos valores pasaron de generación en generación echando raíces en nuestros corazones. Estas historias tienen un origen natural y en su esencia está la práctica de cultivación.
Desde principios de 1997, algunos de mis amigos comenzaron a practicar Falun Gong. Mi padre y yo pronto nos vimos atraídos por esta antigua disciplina y en el año 1999 empezamos a practicar. Después de un tiempo de práctica, mi padre dejó de beber vino, mostraba un rostro sonrosado y se veía más joven que antes.
Pero después de unos seis meses, el régimen comunista chino, sin ningún tipo de moral ni ley y sin respetar las antiguas creencias de casi cien millones de personas, comenzó la persecución de los practicantes, difamándoles y deteniéndoles. Después de sólo seis meses de práctica, mi padre y yo tuvimos que hacer una elección entre la conciencia y la vida. Nuestra vidas se enfrentaban a una tormenta.
Nunca olvidaré ese día oscuro, en que mis padres me vieron aturdida e indefensa en el centro de detención de Dalian. Fue 19 días después del 22 de julio de 1999.
El 22 de julio 1999, el PCCh anunció por televisión la prohibición de practicar Falun Gong. Ese día, estaba decidida a ir a Beijing para apoyar a Falun Gong, pero fui detenida en el aeropuerto y perdí la libertad.
Recuerdo muy claramente que fue el 11 de agosto de 1999, pero la policía, con una actitud arrogante, nos obligó a firmar con fecha del día 8 de agosto.
Ese día, mientras era interrogada en una habitación del centro de detención de Dalian, vestida con el uniforme de la prisión, esposada y sentada en una silla de hierro, aparecieron mis padres delante de mí. Durante esos diecinueve días interminables, mi familia y yo esperamos vernos lo antes posible, pero cuando realmente los tuve delante, mi corazón se sintió profundamente herido.
Mis padres fueron llamados por la policía para que me convencieran a escribir una garantía de renunciar a Falun Gong. Mi madre lloraba y decía que si yo no firmaba ella se arrodillaría para suplicarme. Mi padre lloraba también. Les dije que se fueran a casa que yo sabía lo que tenía que hacer. Después de eso, porque me negué a firmar, estuve detenida dos semanas más.
Diez años después, cuando conté mi experiencia a una compañera de universidad, me preguntó porqué no había firmado, porque no pensé en mis padres. En ese sentido, no estoy de acuerdo.
Creo que cuando tenemos que hacer una elección entre el bien y el mal, hay que ser muy firme y claro. La elección está en consonancia con la ley y el bien común y la policía que te interroga también lo sabe, pero confabulan para tapar la verdad y hacer que lo malo parezca bueno. Así, ¿cuándopararánn los malos? Si toda la sociedad cae en este juego de engaño, para las personas que quieran decir la verdad será más difícil y quién cuidará de sus familias? ¿Quién cuidará los valores de la sociedad? Así finalmente todos serán víctimas de este juego de engaño.
El 23 de abril de 2002, un grupo de policías, sin haber sido invitados, a medianoche tocó a mi puerta. Mientras, el director de la comisaría me llamó por teléfono para decirme que abriera la puerta. No la abrí para evitar ser detenida. Cuando se fueron, huí a casa de mi hermana, no volví a mi casa. Después, la policía visitó la casa de mis padres en busca de mi paradero. Al cabo de seis meses mi padre, de repente, cayó enfermo.
El 31 de octubre de 2002, mi padre sufrió un derrame cerebral en su casa, después de desmayarse entró en un coma profundo. Cuando me enteré de la noticia, fui a verlo. Lo tenía delante de mí pero parecía como si su alma se hubiese ido, dejando sólo una concha vacía.
La policía seguía buscándome, pero yo esperaba mantenerme al lado de mi padre y poder acompañarlo hasta sus últimos días.
Después de la craneotomía, no sé si mi padre recuperó la conciencia. Sus ojos todavía estaban como vacíos y una de sus manos se movía mecánicamente. En la habitación había otro paciente con su familia. Cuando empecé a hablarle a una de las hijas sobre Falun Gong, mi padre mostró una expresión asustada. En ese momento, me convencí de que aún su alma permanecía en su cuerpo. Este hecho me llenó de emoción. Antes, cuando estaba en el campo de batalla, delante de las balas, mi padre nunca mostró temor, pero en sus últimos años, desde que supo que su amada hija era constantemente acosada y perseguida, sintió que su espíritu se rompía.
La muerte cercaba a mi padre cada día más, pero no pude quedarme a su lado en el momento en que más me necesitaba. El 23 de febrero de 2003, mientras comía con dos compañeros practicantes, apareció la policía y nos detuvo ilegalmente de nuevo, trasladándonos hasta el centro de detención de Dalian. Allí pasé los peores días.
En la cárcel recordaba a mi padre. Una noche tuve un sueño en el que le veía montando a caballo por una gran pradera. Después, al despertarme, lloré pensando que mi padre se alejaba para siempre.
Cuatro meses más tarde salí en una camilla de mi oscura celda, débil, llena de úlceras por presión, al borde de la vida y la muerte. Me metieron en un furgón policial, un policía sacó un pedazo de papel para obligarme a firmar. Se me condenaba a tres años en un campo de trabajos forzados. Me negué a firmar, tampoco podía pues estaba muy débil. Jamás aceptaría la persecución. Agarraron mi mano y firmaron en mi nombre. Después, se quedaron con el original y la copia y nunca nos dejaron ni a mí ni a mi familia verlos.
El furgón me llevó a un hospital para un examen rutinario. Después del examen, el mismo furgón me trasladó al campo de trabajos forzados de Dalian. La policía insistió en que ingresara en el campo, pero los responsables del campo vacilaban, pensaban que podía morir y no querían asumir esa responsabilidad. Después de serias discusiones, fui rechazada. Finalmente me dejaron libre.
Regresé a mi casa, encontré a mi padre tendido en la cama. Creo que estaba esperando a que yo volviera. Estuve junto a él poco tiempo, mi padre murió el 10 de agosto de 2003.
Según la costumbre, el funeral se celebró tres días después. Pero hacía poco que estaba libre y todavía mi cuerpo no se había recuperado de las torturas. No fui capaz de asistir al funeral de mi padre.
Mi padre, ese buen hombre, ¿cuántas veces me tomó de la mano y poco a poco me enseñó a caminar y cuantas veces se quedó mirándome mientras me alejaba para iniciar un nuevo camino. Pero cuando mi padre salió de este mundo humano iniciando un largo viaje, no pude estar allí para despedirme de él por última vez.
Salí de China en mayo de 2006, han pasado ocho años. En recuerdo de su fallecimiento hace once años, rememoro las historias que vivimos juntos, como homenaje a la relación entre un padre y su hija que fue desgarrada por la persecución del perverso PCCh.
Que el bien se recompensa con el bien y el mal se retribuye con el mal es una ley de cielo. Creo que pronto se desintegrará el PCCh y la justicia castigará a los culpables de la persecución. Deseo que todas las personas que están sufriendo debido a sus creencias espirituales y han sido separadas de sus familias puedan volver a reunirse con ellas.
Hace 15 años que empezó la persecución a Falun Gong, hoy escribo esta historia como homenaje a todas las personas rectas que están luchando para acabar con este desastre iniciado por el PCCh.
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