Una historia personal

Justo cuando estaba terminando el texto que después leería en la Conferencia, tuve una comprensión profunda de algo que me había sucedido varios años atrás y que en cierto modo se parece a la historia de la peruana que contó una practicante.

Allá por enero de 1990, en una hermosa finca del campo tucumano, exactamente en El Timbó, poblado de verdes, limones y flores, andaba yo haciendo mis primeros pasos en este camino, sin saber nada, dejándome guiar por una amiga entrañable. Asistíamos a un seminario ofrecido por unos americanos, "El arte de vivir". Al finalizar el mismo y mientras se escuchaba por los parlantes un sonoro au-men (amén) en inglés, sentí que "algo" entraba por mi coronilla y me atravesaba el cuerpo; al mismo tiempo una tristeza infinita y un llanto incontenible me desbordaban el cuerpo y el alma. Mis ojos eran como un río, lloraba y lloraba sin saber por qué; me preguntaba ¿por qué, Dios mío? ¿De dónde sale tanta tristeza? Era algo muy lejano...creo que en ese momento comencé a intuir vidas anteriores, cosas tan lejanas...sensaciones antiguas.

Luego de calmarme, quedó grabada en mi mente una palabra: Responsabilidad. A partir de ese momento, yo tenía una gran responsabilidad. No pude relacionarlo con nada pero me quedé tranquila, pues en mi vida diaria era muy responsable. Pasaron los años y me olvidé del asunto. A veces me volvía a la memoria pero era simplemente una anécdota. Después de tanto tiempo y como hice mención, al finalizar mi texto acerca de la responsabilidad que tenemos los cultivadores, vino a mi memoria aquel hecho de tantos años atrás y me iluminé ¡ahora todo tenía sentido! ¡Por fin se "cerraba el círculo"! ¡Era ésta mi responsabilidad, Maestro! y como sucede con este tipo de cosas, una emoción profunda y sublime me inundó otra vez, pero ya no con tanta tristeza -aunque sí había mucho dolor- y al mismo tiempo, también la certeza de que con un corazón limpio podemos hacer entre todos esta tarea de tanta responsabilidad: “salvar seres concientes”.