ROMA. Cuando en un país no se sabe si numerosos obispos encarcelados están vivos o muertos, y cuando los obispos fieles al Papa pasan casi toda su vida en prisión o arresto domiciliario, Occidente no puede aceptar el chantaje de silencio por miedo a perder negocios en China. A estas alturas de integración internacional ya no es aceptable que Pekín ordene obispos a dos sacerdotes marioneta para ponerlos al frente de diócesis católicas.
Una mujer católica lee la Biblia en una iglesia de Pekín |
Como respuesta, Benedicto XVI manifestó el jueves su «profundo disgusto». El Vaticano denunció esa «grave violación de la libertad religiosa», advirtiendo que «ahora considera necesario dar voz al sufrimiento de la comunidad católica en China», que sufre la persecución más cruel desde la de Stalin contra la iglesia católica de Ucrania. En un intento de flexibilizar su estrategia, Pekín permitirá que sea ordenado hoy en Shenyang un obispo «patriótico» que cuenta con la autorización del Papa.
Los desaparecidos
Los datos son escalofriantes. Mientras el presidente Hu Jintao y el primer ministro Wen Jiabao van por el mundo pregonando su «progreso social», los católicos de la diócesis de Baoding no saben si el obispo Zu Shimin, encarcelado en 1997, está vivo o muerto. No saben a qué prisión fue enviado, ni han tenido ninguna noticia de él en los últimos ocho años. Lo mismo sucede con An Shuxin, obispo auxiliar de Baoding, arrestado en 1996, a quien sólo se ha visto una vez desde entonces. Ni su familia ni los fieles de la diócesis saben si continúa vivo o ha muerto en la cárcel, como le sucedió el pasado mes de enero al obispo de Yantai, Gao Kexian.
La persecución religiosa del Gobierno chino es general: contra los cristianos católicos y protestantes, los budistas tibetanos, los musulmanes, Falun Gong y todas las religiones que no acepten el nombramiento de sus líderes por el partido comunista. Y se ha recrudecido en los últimos dos años de «apertura» a Occidente, con centenares de fieles muertos bajo torturas y decenas de miles enviados a la cárcel o campos de trabajos forzados.
Por lo que respecta a los católicos -unos cinco millones en la Iglesia «patriótica» y unos ocho en la «clandestina»-, las víctimas de la persecución tienen nombres y apellidos, empezando por los 46 obispos «clandestinos», que han pasado toda su vida en la cárcel, en campos de trabajo, en arresto domiciliario o bajo estrecha vigilancia.
Entre los 7 obispos encarcelados en la actualidad hay octogenarios como el de Xiwanzi, Yao Liang, y enfermos graves como el de Wenzhou, Lin Xili. Entre los diez prelados bajo arresto domiciliario hay un paralítico, Liu Guandong, obispo de Yisian, y uno desterrado en una montaña: el obispo de Tianjin, Li Side.
En esos momentos están en la cárcel al menos 20 sacerdotes y tres seminaristas, mientras que otros muchos se encuentran en campos de «reeducación por el trabajo», los temibles «laogai» a donde cualquier comisario de policía puede enviar una persona sin necesidad de juicio hasta un máximo de cuatro años. Si al regreso no le considera suficientemente «reeducado», lo vuelve a enviar por otros dos o tres, con la misma absoluta arbitrariedad. En los «laogai», que ahora son sobre todo fábricas, viven encerrados millares de catequistas y decenas de millares de fieles.
Los datos numéricos proceden sobre todo de la Fundación Cardenal Kung (www.cardinalkungfoundation.org), con base en Estados Unidos, del Centro de Estudios del Espíritu Santo en Hong Kong, y de la agencia de noticias vaticana «AsiaNews», con sede en Roma, pero son inferiores a la realidad por el clima de amenazas contra quienes comuniquen con el exterior.
El intento de aplastar la religión católica, iniciado por Mao poco después de la victoria del comunismo pretende decapitar la jerarquía encarcelando a los obispos fieles al Papa y nombrando otros nuevos, seleccionados por el Partido Comunista Chino y fieles sólo al Gobierno de Pekín en la llamada Asociación Católica Patriótica, una de tantas organizaciones de fachada típicas de los países comunistas.
Las dos Iglesias
Para infinita sorpresa de Pekín, sus obispos títeres terminan sintiéndose verdaderos sucesores de los Apóstoles, y el 80% han pedido y obtenido la comunión con el Papa. Por eso la policía vigila y bloquea también a los obispos de la Iglesia «patriótica», aunque sin el ensañamiento que desata contra la Iglesia «clandestina». Entre los prelados de ambas Iglesias y entre los fieles crece en los últimos años un clima de simpatía y unidad después de largas décadas de desprecio mutuo.
Buena parte de las 138 diócesis de China carecen de obispo, pues hay sólo 120 prelados -con una edad media de 74 años- de los que 74 forman parte de la Iglesia «patriótica» y disponen de catedrales e iglesias abiertas, mientras que los otros 46 dirigen la Iglesia «clandestina», oficiando la liturgia en casas e iglesias improvisadas cuando es posible. Con ellos colaboran 1.740 sacerdotes oficiales y 1.000 clandestinos, además de 3.500 religiosas oficiales y otras 1.700 en la clandestinidad.
La experiencia de vivir con riesgo de cárcel o tortura por hablar de Jesucristo no se limita a China. La lista negra de los países más crueles en su persecución religiosa incluye a Vietnam y Corea del Norte, seguidos de Indonesia y Pakistán. El fundamentalismo que Arabia Saudita practica mediante un cuerpo de «policía religiosa», que reprime la mínima actividad de culto fuera de embajadas o casas privadas, no es el único daño del wahabismo pues Arabia Saudita financia predicadores fundamentalistas que siembran la violencia contra los cristianos en muchos lugares del mundo. En África, las mayores tragedias tienen lugar en Sudán y en Nigeria, mientras que en América los peores países son Cuba y Colombia.
http://www.abc.es/abc/pg060507/prensa/noticias/Sociedad/Religion/200605/07/NAC-SOC-103.asp
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