Superando las tribulaciones con alegría

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Soy residente en Jerusalén. Por negocios viajo todos los domingos a Tel Aviv, una ciudad vecina. Me gustaría compartir con mis compañeros practicantes las pruebas para elevar el xinxing que tuve que pasar durante mi último viaje y cómo las superé.

Para ir a Tel Aviv tengo que tomar dos autobuses diferentes, el primero me lleva desde mi vecindario a la estación central de autobuses y el segundo me lleva directamente a Tel Aviv.

A las 10:15 de la mañana estaba en el paradero de buses, al frente de mi casa, esperando por el que debía pasar a las 10:30. A las 10:32 aún no había llegado. Comencé a irritarme. En mis pensamientos acusé al chofer del autobús de ser holgazán e irresponsable. También culpé a la compañía de autobuses y al Ministerio de Transporte de ser incompetentes.

A las 10:40, como el bus aún no llegaba, me sentía tan furioso que comencé a sentirme indispuesto físicamente. Sentí como si un demonio estuviese chupándome mi energía y tuve que sentarme. Como guía y para aliviar mi sufrimiento intenté recordar algo del Fa que había estudiado temprano esa mañana. Lo que pasó por mis ojos fue la última frase que había leído antes de cerrar el libro, fue el subtítulo de un capítulo de la primera lección de Zhuan Falun: "Por qué refinar gong no hace crecer gong".

Reflexionando sobre esa pregunta, me di cuenta de que lo que incrementa el Gong es la cultivación del xinxing y parte de esa cultivación es eliminar la ira. Me calmé y me tranquilicé pensando que cogería el próximo autobús que estaba programado para las once en punto.

Parado allí en la estación de buses, tuve muchísimo tiempo para reflexionar. Toda una vida pasó frente a mis ojos. De repente me di cuenta de los cientos de veces que estuve en la misma estación o en otras, y que me había sentido impaciente, irritado, frustrado, sumido en la oscuridad y en la melancolía, cuando el bus venía con retraso. Ahora sentía que era capaz de vencer esta sensación y de que podría escapar de ella para siempre.

El autobús de las once llegó a tiempo. Algunos que habían esperado el autobús de las 10:30 junto conmigo, todavía estaban molestos porque no había llegado antes y se quejaron de ello con el chofer. Pero yo no lo hice, estaba feliz con mi nuevo entendimiento.

Cuando llegué a la estación central de buses, me enfadé al descubrir que los autobuses que viajaban a Tel Aviv estaban retrasados por un problema de seguridad. Intenté tratar el incidente con pensamientos rectos "¿Es esta otra prueba para mi xingxing?" Sin embargo, me apresuré a salir del terminal de buses y me dirigí a un paradero cercano de taxis. Los taxis que van hacia Tel Aviv son minibuses con capacidad para diez pasajeros.

Aliviado por encontrar un asiento libre, subí al primer taxi y me senté, abrí el libro del Fa y me acomodé bien para el viaje. Pensé ¡Uf! ¡Finalmente voy camino a Tel Aviv! Pero estaba equivocado, los problemas apenas habían comenzado. El motor del taxi no quiso encender. El chofer lo intentó una y otra vez, pero fue en vano. Muchos de los pasajeros estaban molestos y frustrados y a nadie le gusta cuando las cosas no ocurren como se planifican. Traté de no dejarme llevar por la ira de nuevo y esperé pacientemente por una solución.

El chofer después de darse por vencido de intentar arrancar el taxi, nos dijo que bajáramos y que usáramos un nuevo taxi que estaba aparcado cerca. Todos corrieron hacia el nuevo taxi.

Dentro del nuevo taxi esperamos que llegara el chofer, pero después de diez minutos no había señales de él. No tengo necesidad de describir lo enfadados que estaban ahora algunos de los pasajeros. Por mi parte, pude mantener la calma, porque entre los intervalos entre taxis y autobuses había logrado leer un poco del Fa; una oración aquí y otra allá. Esto amplió mis horizontes, permitiéndome ver todo desde otra perspectiva y ser tolerante. Llegué a la conclusión que en el peor de los casos, nunca llegaría a Tel Aviv ese día. De ser así ¿Qué hay con eso? ¿No era esa una tribulación menor?

Al estar sentado ahí, esperando por el chofer del taxi, tuve una oportunidad de reflexionar sobre los extraños giros que habían tomado las circunstancias que me habían ocurrido desde que salí de casa esa mañana. No habrían resultado del todo extrañas si solo un autobús hubiese llegado tarde o si solo un taxi se hubiese descompuesto, pero, en mi caso, las cosas habían salido mal con cada uno de los vehículos que se suponía debían prestarme un servicio ese día. Me parece que las posibilidades para que eso ocurra es una en millones. Israel es un país desarrollado y no una primitiva república bananera. Aquí los autobuses y taxis son nuevos, la disciplina en el trabajo es muy exigente y los horarios son computarizados ¿Cómo se podría explicar esto? Mi respuesta como practicante, fue que alguien estaba moviendo los hilos detrás del escenario para probarme.

Uno de los pasajeros que estaba particularmente irritado e impaciente, bajó del taxi y fue a buscar al chofer. Después de un minuto lo encontró y volvieron juntos al taxi ¿Era este el final de los problemas? ¿Podríamos finalmente partir hacia Tel Aviv ahora? No. El chofer nos dijo que volviéramos al taxi anterior, el que no había arrancado antes, porque ya lo habían reparado.

Una vez que escuchamos esto, rápidamente nos bajamos y corrimos de vuelta al taxi anterior para coger un asiento. A esa hora, ya habían llegado más personas a la estación de taxis, ahora había más competencia por los asientos y la gente tenía temor de perder el viaje. Yo estaba entretenido y alegre como un niño pequeño.

Una pasajera, quien había sido la última en subir al taxi, no tuvo suerte. Mientras todos los asientos se iban ocupando, ella se quedó a un lado gritando y reclamando que ella, tenía más derecho que todos porque había sido la primera en llegar al paradero de taxis. El chofer, desesperado por terminar el embarazoso asunto y para ponerse en marcha de una vez por todas, anunció que el último pasajero que había llegado a la estación de taxis debería cederle el puesto a la señora y bajarse.

Nadie se movió. Me miré a mí mismo y pensé que yo no había sido el último en llegar a la estación y no tenía que cederle mi puesto a la señora, pero lo iba a hacer, porque sentía que era la actitud correcta. También sentí una rara sensación que esa era la prueba mayor y más importante del día.

Bajé del taxi, mientras los pasajeros me elogiaban y me daban las gracias. Me sentí muy feliz.

Inmediatamente después que el taxi partió, llegó a recogerme uno nuevo. El viaje desde ahí fue rápido y sin complicaciones. Al final del día había terminado todos mis quehaceres en Tel Aviv y, definitivamente, con resultados positivos.

Versión en inglés disponible en: http://www.clearwisdom.net/html/articles/2011/1/24/122837.html

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