Mi recuerdo más preciado

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Nunca, nunca olvidaré mi más eterna y profunda gratitud. El mes de mayo de 1993, tuve la enorme suerte de asistir al quinto seminario de enseñanza y lectura del Fa celebrado en Changchun y al año siguiente en la estación de las flores asistí a la sexta y séptima lectura.

El Shifu de mis recuerdos es alto y elegante, siempre con una cariñosa sonrisa en la cara; en sus ojos se reflejaban el calor de una madre. Por ello, siempre intentaba por todos los medios acercarme al Shifu. Resulta vergonzoso decirlo, pero no presté atención a la lectura, me dormía o miraba fijamente al Shifu. Después de una clase no sabía de qué había hablado el Shifu, sólo recordaba las tres palabras: “Verdad, Benevolencia, Tolerancia”. Sabía que esta práctica era buena y quería ejercerla. Antes había realizado varios tipos de qigong, pero siempre alejada de sus maestros. No sabía porqué, pero la primera que vez que vi al Shifu sentí como si hubiera visto a mi madre y quería seguirlo aunque fuera agarrando la punta de su traje.
  
Después de la lectura del Fa me sentía un poco torpe cuando vi que el Shifu salía para descansar. Le seguí silenciosamente. A través de la puerta del cuarto de descanso, le ví rodeado de empleados, algunos de ellos le pedían un autógrafo; otros traían estatuas de buda para que les hiciera el Kaiguang. ¡Qué envidia me daban! Pensé: ¿porqué no puedo yo pedir el autógrafo al Shifu?, además, ¡también tengo estatuas de buda en casa!

Al siguiente día esperé hasta el descanso del Shifu y entré al cuarto de descanso apresurada y temerosamente. Primero le saludé con He Shi, luego saqué el libro “Falun Gong de China” para que lo firmara. Shifu no dijo nada, aceptó el libro y firmó con su nombre y la fecha en la primera pagina del libro y luego me lo devolvió. Estaba ansiosa por poder hablar con Shifu. No quería marcharme, me quedé quieta mirándolo esperanzada. Shifu siguió sin hablar, mantenía su armoniosa y compasiva sonrisa y su calurosa mirada como la de una madre.

Por fin llegó la hora de la enseñanza de los ejercicios. Un practicante enseñaba en el escenario y Shifu bajó de él para corregirlos. Yo no estaba practicando, sino que me dediqué a seguirlo silenciosamente. Si Shifu andaba yo también andaba; si Shifu se paraba yo también paraba. Era como un niño que no quiere separarse ni un paso de su madre, sólo que yo no me atrevía a agarrar la punta de su traje. Después de un rato, Shifu supo que le estaba siguiendo, se paró, se dio la vuelta y al verme sonrió pero seguía sin hablar. Vi claramente que la mirada de Shifu me preguntaba:¿Qué quieres? De repente me quedé atontada, es cierto, ¿qué quería yo? No quería nada, sin embargo, Shifu estaba esperando mi respuesta, así que sin saber ni cómo ni porqué dije: “Temo, temo a…” Shifu sonrió de nuevo, tocó varias veces mi cabeza con un papel que tenía en su mano y me dijo ligeramente: “No temas, no temas…”

En aquel entonces no sabía cómo de preciado era aquel tiempo; todavía no sabía el peso del “no temas”.

El 22 de julio de 1999, cuando vi a través de la televisión que las autoridades declararon Falun Gong ilegal, viajé a Pekín esa misma noche. El viaje en tren duró toda la noche y yo, sentada en una esquina del vagón, lloré porque sabía que era injusto y que el Shifu era inocente.

Posteriormente en mis siguientes viajes de validación del Fa en Pekín fui arrestada. Practiqué los ejercicios en la comisaría, cuando los policías me daban descargas eléctricas. Realmente sentí miedo en este momento. Oí, o para ser más exacto sentí una voz cariñosa y majestuosa que me decía: “Shifu no quiere que soportes mucho, sólo es para quitar tus apegos, no lograrás fruto en la cultivación si tienes un solo apego”. Me quedé asombrada; en seguida esta voz cariñosa me dijo de nuevo: “Shifu no quiere que soportes…,” Me levanté con un pensamiento firme: “Regresaré junto al Shifu aunque muera”. De nuevo levanté los dos brazos para hacer la estaca parada Falun recibiendo descargas eléctricas en la espalda; después de un intenso dolor que me partía el corazón, sentí de repente algo pegado a mi espalda. Aunque la descarga eléctrica seguía sonado con su ruido “paf, paf” no sentía nada. En ese instante, mis lágrimas saltaron a borbotones porque sabía que era el Shifu quien estaba soportando las descargas eléctricas por mí. ¡Era el Shifu quien soportaba por mí! En un instante comprendí porqué no sentía dolor a pesar de las brutales palizas recibidas en la plaza de Tiananmen. Era el Shifu, ¡Shifu! Lloré y lloré sin parar; gritaba silenciosamente en mi corazón “¡Shifu!, ¡Shifu!” Aquella voz suave y ligera pero al mismo tiempo resonante en todo el universo, volvió a sonar en mis oídos: “no temas, no temas…”


Versión en chino:
http://search.minghui.org/mh/articles/2005/1/13/93409.html

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